en proceso de citadina, huasa perdida, chica del campo

sábado, septiembre 5


Mi mamá me despertó como a las 08:30, o por ahí para que me levantara y tomara desayuno, porque los sábados tengo preu en Santiago. La cosa es que tengo clases a las 11:30 y yo tomo la micro de 09:50 para irme de Hospital hacia allá. Lo mandé a la cresta y seguí durmiendo, porque, pucha que puede ser descriteriada. Después al ratito me golpeó la puerta para que le pasara unas chalas para mi hermana, porque hoy bailaba en el colegio y qué se yo. Le pasé las que tenía a mano y cerré la puerta, sin embargo la cosa no se detuvo ahí, sino que me preguntó si no tenía otras, le dije que no, me preguntó si podía entrar y nuevamente le dije que no. Aproveché al máximo los diez minutos que me quedaban de sueño antes de que la alarma sonara a las 09:00, pero el tiempo pasa volando.

Luego de mi fatídica mañana, en el bus me fui leyendo un rato, después dormí; esta semana he estado todos los días con un sueño horrible, y siento que es porque no he podido recuperar las horas que perdí durante el viaje al sur. Quiero decir, a pesar de que me pegado unas siestas en cada lugar donde pongo mi trasero, casi no he completado ciclos de más de cuatro horas de sueño. Me bajé en Rondizzoni, y tomé el metro. Durante todo el trayecto no miré la hora, y cuando llegué a Los Héroes para hacer combinación con linea 1, me perdí. He viajado un par de veces por la misma ruta hacia Republica, y hoy es la primera vez que me pierdo. Quedé en el lado contrario del andén, y luego no encontraba donde hacer cambio, así que me dí un par de vueltas y terminé yendo al otro lado de la linea uno, llegué a La Moneda, hice la maldita combinación y me devolví. Cuando finalmente llegué, salí por el lado contrario porque estaba super desorientada y tuve que cruzar la calle.

Me matriculé con mi primo, pero él no fue hoy, porque tenía que bailar en el colegio (por la fiesta de la chilenidad) y yo no tenía muchas ganas de bailar, además ya había perdido clases. Omitiré algunos detalles, pero claro que el yetismo no había terminado, para que conste.

Cuando finalmente me devolvía, me fui pensando en varias cosas que ya no recuerdo. Iba a tomar el metro, pero preferí ir caminando. Hacía calor y era hora pic, además las multitudes aglomeradas no son algo que soporte precisamente bien. Me fui pensando en un montón de cosas respecto a todo, Santiago es un lugar súper curioso. La gente casi no es persona, actúan bajo instintos de supervivencia, ensimismados, cabizbajos, pensando en lo suyo, como yo casi siempre, pero no por voluntad propia. Se mueven entre todos como sardinas contra la corriente, donde la corriente son seres vivos de su misma especie, en diferentes tamaños, contexturas, y matices. Todos abrazando las mochilas, carteras y bolsos, todos con celular en mano, lo estén usando, o no. También hay grupos, obvio, grupos de amigos o familias que se mueven como una pequeña manada y se hacen espacios entre la multitud, estorbando el paso de quienes van apurados por nada, de prisa por llegar a lugares donde da lo mismo a que hora se llegue, personas que probablemente ni siquiera van pensando acerca de nada mientras sin mirar a nadie a los ojos solo pasan, piden permiso apenas, empujan y aceleran, personas ahogadas en la inmundicia social.

Igual se entiende, una que no es de acá, ha vivido advertida por toda la familia que Santiago no es un lugar seguro, que al que sonríe lo miran raro y anda a quedarte sola por un momento en cualquier lugar. porque capaz que te rapten, te violen y te tiren a un canal. Una vive creciendo con miedo y a la vez con la esperanza de vivir la adrenalina de caminar por la gran metrópoli que es esta capital. Y en realidad, no es especial en absoluto, no hay belleza en Santiago, ni en los recónditos lugares de donde uno mire. Había un programa que se llamaba "Santiago no es Chile", ahora no pienso que sea verdad. Santiago es el retrato de Chile, donde el rico y el pobre están separados casi por murallas, dónde según que dirección del metro tomes las personas te hablarán, mirarán y tratarán de forma diferente, dónde notas de inmediato cuando la gente es peligrosa, tonta, inofensiva o inocente, dónde cuando le hablas a alguien se afirma bien el bolso y agarra fuerte el celular, pero como dije, es entendible. Mucha gente de ahí, no es nativa de ahí, creció con lo inculcado en la casa y decidió arriesgarse a meterse entre las masas, a pasar desapercibido entre cientos de personas que en realidad no están ahí. Es triste también, porque ciertamente si existen muchos peligros (ladrones, estafadores, gente mala que acá abajo no viste de terno, y resulta un poquitín más obvia, al menos socialmente), y estos son principalmente los que no dejan ver la belleza oculta en las calles, porque lo que dije anteriormente no era tan cierto, hay belleza, pero nadie está dispuesto a caminar más lento.

Se me imagina que si uno mira Santiago desde arriba, debe ser una horrible transición de borrones grises, donde lo único que marca la diferencia son las horas de aglomeración, y si uno está entremedio de eso, no es muy diferente, de hecho se ve aún peor y además huele mal. Por otro lado, no es tan pesimista. Me refiero a que es un sistema que no puede cambiarse, un sistema impuesto y que seguirá avanzando hasta que explote (literalmente, tal vez), es un sistema que después de un tiempo te consume, y la belleza está en encontrar gente que aún no es parte de Santiago, gente, seres vivos que aún son personas, y sonríen, piden permiso (de verdad), dan las gracias, dan direcciones, dan una moneda o acarician un perrito, compran alguna chuchería que no necesiten, o simplemente tienen la valentía de confiar en otros y dejan de camiar tan rápido, dejan de correr de los peligros que en realidad dependen del azar, ahí está la belleza santiaguina. Es como encontrar la aguja en un pajar, con un imán muy pequeño.

Santiago es triste, es real, es crudo. La gente suele sacar lo peor de si, pero también lo más sincero. Como sus malas formas, la impaciencia, la poca tolerancia, la irrespetuosidad. Esas cosas que siempre están ahí, en todos y cada uno de nosotros, bien oculto para no verse mal, en Santiago da lo mismo. Por eso es triste. Claro, una se encanta porque es nuevo y está lleno de cosas extravagantes, nuevas y llenas de luces, pero como topicamente se sabe, no hay nada más horrible que apreciar la verdadera naturaleza humana en todo su esplendor. En Santiago no hay pensamiento abstracto, son todos animales que a penas miran al cruzar la calle. Donde los peatones no respetan a los conductores, los conductores no respetan a los peatones, los conductores que se vuelven peatones olvidan quienes son. Donde, en realidad, todos olvidan quienes son. Sin embargo, creo que a veces nos acordamos de que somos humanos cuando alguien nos pide una moneda, cuando alguien toca un instrumento, y es gracioso como nuestro cerebro, semi inconciente, busca con desesperación cualquier atisbo de creatividad, de arte, de escape. Busca, sin que nos demos cuenta y nos sorprende recordándonos qué somos. 

Siento que me faltan un montón de cosas que decir, pero seguiré viajando a la capital (que huasa yo, señor, ni tan del campo soy), y seguiré pensando cosas, buscando la belleza oculta, porque encontrarla es la mejor parte.


Azul.

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